Hola giperiojanos. En ésta entrada reproduzco el capítulo 0 o prólogo de la novela titulada
Después del fin del escritor Esteban Rei. Es una novela de temática post-apocalíptica mezclado con dosis de ciencia-ficción.
Capítulo 0
Ni siquiera se había fijado en el nombre de la población cuando entraba, pero lo cierto es que ya no había diferencias entre un pueblo y otro, quizás sí entre un pueblo y una ciudad, pero tan solo por su grado de desolación. El sol se empezaba a ocultar tras las colinas que se vislumbraban al oeste del pueblo. Ése momento del día que adoraba antes, ahora solo significaba que se acercaba la noche y por tanto el frío. Siempre frío.
Caminaba por la calle principal atento a cualquier indicio de vida e intentando hacer el mínimo ruido posible. Sus pasos quedaban amortiguados debido a la capa de polvo y ceniza que lo cubría todo. Iba vestido con abundante ropa de abrigo, un gorro negro cubría su cabeza hasta las orejas y un pañuelo que le cubría la boca y la nariz hacía las veces de un rudimentario filtro contra el polvo. Unas gafas de sol completaban su indumentaria. A la espalda cargaba con una mochila deportiva. Además portaba dos armas: un machete con una brújula en su empuñadura que llevaba atado al cinto y un arco de tiro deportivo con seis flechas de punta de aluminio. Nunca había sido amante de las armas pero ir desarmado por ahí era el equivalente a un suicidio.
Se iba fijando en los rótulos de los negocios que encontraba a su paso: una peluquería, una tienda de ropa, un taller mecánico... Todos vacíos, sin alma, retazos de lo que un día fueron. Tiempo tendría de revisar todos esos establecimientos para encontrar algo útil pero ahora mandaba su estómago. Hacía tres días que solo se alimentaba a base de barritas dietéticas. El día anterior tuvo la ocasión de cazar una liebre, pero la flecha disparada con su arco pasó a unos centímetros del pequeño animal, que corrió asustado hasta que se perdió de vista.
Siguió caminando y llegó hasta una pequeña plazoleta donde un cartel metálico semienterrado entre los escombros atrajo su atención. Lo cogió y sacudiéndolo para retirar el polvo leyó la frase grabada: PROHIBIDO JUGAR A LA PELOTA EN ÉSTA PLAZA. Sin duda aquel cartel había dejado de tener ningún significado, como si hubiese estado escrito en un idioma indescifrable o alguien hubiese querido gastar una broma de muy mal gusto. Ningún niño jugaría ya en esa plaza con una pelota y sin duda no era por la prohibición. Se preguntó si algún niño estaría jugando a algo, lo que fuera, en algún lugar del planeta. Y automáticamente se acordó de su hijo y de cómo en los instantes posteriores a su muerte y mientras aún lo sentía caliente entre sus brazos deseó morir con él. Rebuscó en el bolsillo interior de la chaqueta y extrajo una fotografía. Estaba un tanto maltrecha por los bordes y ya empezaba a amarillear pero todavía se distinguía de forma clara a su hijo que por entonces tenía seis años y que corría hacia la cámara de manera entusiasta. Al dorso estaba anotado a rotulador la fecha, aunque apenas se apreciaba ya: verano 2010. Ésa fotografía era lo único que tenía de él. Deslizó el dedo pulgar por el rostro del pequeño pensando en que quizá era mejor que no hubiese sobrevivido a éste desastre. Devolvió la foto a su lugar y se obligó a concentrarse en el momento actual. Sabía que ceder muy a menudo a la nostalgia era peligroso en esos momentos, hacía que te preguntases demasiadas veces si merecía la pena seguir con vida.
Paseó la mirada por la plaza y al fin encontró lo que buscaba: una tienda de alimentación. Quedaban apenas treinta minutos de luz natural y debía aprovecharlos para encontrar algo de comida, no quería malgastar las baterías de la linterna que llevaba en la mochila en una búsqueda infructuosa. Volvió a recorrer la vista alrededor suyo para asegurarse de estar solo y se encaminó hacia la tienda. Franqueó la entrada sin ningún impedimento pues no había puerta y aguardó unos instantes hasta que sus ojos se acostumbraran a la penumbra del lugar. Era más pequeño de lo que había pensado. Apenas había quince estanterías, algunas de ellas volcadas, y como era de esperar sin ningún alimento en ellas. En las lunas del establecimiento que habían sobrevivido al saqueo aún estaban pegados los carteles con las ofertas del día. Miró hacia arriba y vio como las lámparas del techo se mecían levemente debido a una imperceptible corriente de aire. Finalmente se dirigió hacia la única caja registradora y miró en su interior. Ni un solo céntimo. Éste sitio lo asaltaron los primeros días, pensó. Ahora mismo el dinero tiene tanto valor como un saco de piedras.
Un ruido al fondo de la tienda le sobresaltó, de tal manera que segundos más tarde se descubrió a si mismo con el machete en la mano y en posición de alerta. Avanzó con extrema cautela atento a cualquier sonido pero el único ruido que oía era su corazón desbocado. Notaba la empuñadura del machete húmeda debido al sudor.
- ¿Hay alguien ahí?- dijo. Hacía días que no pronunciaba ni una palabra y su voz le sonó extraña, demasiado ajena.
No recibió respuesta pero el ruido se volvió a producir. Ésta vez al otro lado de la estantería donde se encontraba. Permaneció inmóvil unos segundos, sus ojos se pasearon por los letreros que aún marcaban el precio de los productos: tomate frito lata 0´99, maíz lata 1´20. Decidió no prolongar la situación y tomar la iniciativa para tener el factor sorpresa de su parte. Se asomó a toda velocidad al pasillo contiguo pero tropezó con una placa de falso techo que se había desplomado y no pudo mantener el equilibrio. Cayó de costado pero tuvo la rapidez necesaria de adelantar el brazo izquierdo para amortiguar la caída. El carcaj que contenía las flechas se le soltó de la cintura y éstas quedaron desperdigadas por el suelo. Su respiración acelerada marcó de vaho el baldosín del suelo. Ahora se encontraba a merced de lo que allí hubiese. Giró rápido la cabeza esperando en cualquier instante que una arremetida de su adversario acabase con su vida pero eso no ocurrió. Las que allí se encontraban eran tres ratas que en ése momento le miraban con ojos saltones y que casi pudo distinguir como se mofaban de él. No solo de él, parecían mofarse de la raza humana.
- Así que ratas. Parece que hoy es mi día de suerte.- dijo, lleno de alivio, mientras se incorporaba y recogía las flechas.
Sabía que las ratas podían ser unos estupendos aliados en la misión de buscar comida. Siempre han existido al lado del hombre, alimentándose de sus residuos y siempre despreciadas por éste. Pero las cosas habían cambiado para todos y ellas afinaban sus sentidos para encontrar alimento. Tan solo había que observarlas con paciencia y tarde o temprano te conducirían hasta la comida. En ésta ocasión ni tan siquiera hizo falta esperar pues estaban intentando darse un festín con una lata de conservas que había pasado desapercibida hasta ése momento. Sus pequeños dientes la habían mellado ligeramente pero su contenido seguía intacto.
- Muy bien pequeñas, os podéis retirar. Ha llegado un animal más grande.
Cogió el machete con la intención de asustarlas pero los roedores ni se inmutaron y prosiguieron con su cometido. Debían estar tan hambrientas como él, quizás más. En su indiferencia casi pudo percibir como decían: vete a la mierda, vosotros habéis montado éste circo, vuestro egoísmo no conoce límites.
- Lo siento, pero es una cuestión de supervivencia. O vosotras o yo- dijo.
Iba a apartarlas a puntapiés cuando unos pasos en la entrada de la puerta le sobresaltaron. Sin perder tiempo se descolgó el arco del hombro, cogió una flecha del carcaj y la tensó. Había estado entrenando varios días para hacer ésta maniobra en apenas seis segundos, sabía que la destreza con el arco le daba más probabilidades de supervivencia. Se parapetó tras una estantería y esperó acontecimientos. Quizás alguien le había oído en su “diálogo” con las ratas.
- ¿Hay alguien ahí?- dijo una voz grave desde la puerta.
Hacía tan solo unos minutos que él mismo había pronunciado esa misma pregunta. Decidió salir al encuentro pero tomando las debidas precauciones. No destensó la flecha en ningún momento, no pensaba hacerlo hasta estar seguro de las intenciones de aquel individuo. Al fin pudo ver la silueta del visitante. Apenas si quedaba ya luz natural y solo pudo distinguir que era aproximadamente de su misma altura. Al igual que él llevaba un gorro y un pañuelo que solo dejaban al descubierto sus ojos.
- Estoy desarmado. Voy a encender la linterna que llevo pero no temas, no apuntaré a tu cara.- anunció con seguridad el extraño.
No eran tiempos para creer en todo lo que te decían, seguramente nunca lo habían sido.
- Como quieras, pero he de advertirte que yo si voy armado. No intentes nada.- dijo intentando dar aplomo a sus palabras.
Un foco de luz iluminó la estancia a medias, produciendo unas sombras fantasmagóricas. Decidió salir al encuentro del recién llegado pues ya le empezaba a doler el brazo de permanecer con el arco tensionado.
Se colocó a apenas tres metros del recién llegado y bajó el arco, pero sin descolgar la flecha.
- Te agradecería que te descubrieses el rostro.- le pidió al nuevo.
A continuación siguieron unos instantes de rotundo silencio. El extraño le observaba con los ojos abiertos como ruedas e incluso murmuró algo que no pudo distinguir.
- Para eso he venido.- Anunció con solemnidad
No logró entender el significado de lo dicho por el visitante hasta unos instantes después. Primero se quitó el gorro, que dejó al descubierto una cabellera morena y después se retiró el pañuelo. Acto seguido apuntó el haz de la linterna hacia su cara. ¿Cuánto tiempo tarda el cerebro humano en captar las imágenes que percibe por los ojos, procesarlas y emitir un veredicto sobre lo que está viendo? Milésimas de segundo seguramente. Pero ¿cuánto tarda si la cara que está observando corresponde con exactitud punto por punto a tu propia cara, como si observase un espejo?
Sintió como le flaqueaban las piernas y hasta pudo notar como la sangre le dejaba de llegar a la cabeza.
- No eres real ¿verdad? Quiero decir, eres una jodida alucinación. Ya debería estar acostumbrado. Llevo días casi sin comer y sin hablar con nadie. Maldita sea, hace solo unos minutos estaba hablando con unas ratas.
Se fijó en que no solo eran completamente iguales físicamente, sino que vestían también con las mismas ropas.
- Lo siento pero soy tan real como tu mismo. Esto para mí también es difícil de aceptar. No soy un hermano gemelo desconocido, ni alguien extremadamente parecido a ti, ni por supuesto soy una alucinación. Yo soy tú y tú eres yo. La única diferencia es que sabía que te encontraría aquí. En realidad solo deseaba encontrarte pero ahora que lo he logrado no estoy seguro del siguiente paso.
- Esto no está ocurriendo, lo sé. Tan solo debo ignorarte y desaparecerás- dijo mientras se encaminaba hacia la salida.
- Espera un segundo, creo que puedo darte una prueba de que todo ésto es real.- dijo mientras metía la mano en el bolsillo interior de la chaqueta.- Toma, creo que conoces muy bien ésta fotografía.
Era la misma fotografía de su hijo que él mismo poseía. Pero no una copia, era ésa exactamente. El mismo color amarillento, las mismas dobleces de los bordes y en los mismos sitios y la misma anotación al dorso. Fue lo último que vio antes de perder el conocimiento.